
Atiquifobia o miedo al fracaso
Es algo más común de lo que nos pensamos y la mayoría de las personas lo han sufrido en algún momento de su vida. Hablamos de atiquifobia, que no es más (ni menos) que el miedo a fracasar.
Suele ser habitual querer tener éxito y no fracasar. En este caso, el miedo puede ser positivo ya que nos ayuda a superarnos y a prevenir consecuencias negativas. Sin embargo, cuando este sentimiento se vuelve irracional y extremo, puede impedirnos llevar a cabo nuestros objetivos por el miedo a que no salga como esperamos.
Es entonces cuando se convierte en un problema. Dejamos de hacer cosas que solíamos hacer o evitamos exponernos a situaciones nuevas simplemente por el hecho de fracasar.
Orígenes de esta fobia
El origen de la atiquifobia puede venir a través de diferentes factores.
Hay quienes lo sufren motivado por traumas vividos en el pasado, en el que el fracaso ha estado muy presente.
También lo sufren personas con baja autoestima, que tienen una imagen negativa de sí mismas y que hace que piensen que no pueden o no se ven capaces de hacer determinadas cosas. Esto les lleva a evitar situaciones por miedo a fracasar.
Entre las personas perfeccionistas también suele ser común esta fobia, ya que su autoexigencia les lleva a tener pensamientos catastrofistas.
Del mismo modo, aquellos que tienen o han tenido padres exigentes y autoritarios han aprendido a ganarse su afecto a través de los buenos resultados y no pueden permitirse fallar. La autoexigencia empieza a ser una forma de vida y comienzan a tener miedo de fracasar por no complacer a sus padres. En este caso, los niños se ven obligados a tener éxito y por eso se muestran inseguros.
Quienes prefieren pasar desapercibidos, el éxito se convierte en un miedo horrible. Para estas personas, ser exitosas implica tener que salir de su zona de confort y realizar muchos cambios. Es por eso que evitarán implicarse en cualquier situación que pueda conllevar éxitos y lo acusarán al miedo al fracaso, aunque el miedo real es al propio éxito.
Por último, la sociedad actual tampoco favorece a quienes sufren esta fobia, ya que se fomenta la perfección y la autoexigencia en todo momento, y especialmente a través de las redes sociales. Por eso, hoy en día el miedo al fracaso es más común de lo que nos pensamos y afecta a muchas personas.

Cómo evitar el miedo al fracaso
Aunque pueda parecer complicado, para evitar el miedo al fracaso hemos de interiorizar una serie de aspectos:
- Hay que pensar que el hecho de que las cosas no salgan como esperamos no convierte a nadie en un fracasado y equivocarse una vez no significa que siempre nos vayamos a equivocar.
- Podríamos decir que el fracaso en sí no existe, existen las experiencias que pueden salir bien o de las que puedes extraer una lección. Lo importante es intentarlo y no quedarse con las ganas por miedo.
- El hecho de que haya ido mal en otras ocasiones no significa que vaya a volver a pasar lo mismo.
- No hay que anticiparse a las situaciones, hasta que no hacemos algo no sabremos sus consecuencias.
- Debemos evitar compararnos con los demás, ser conscientes de nuestras capacidades y ponernos metas que podamos cumplir.
Y en caso de que la situación se vaya de las manos, no dudar en pedir ayuda a un psicólogo que nos ayude a superarlo. Durante el proceso psicoterapéutico se puede descubrir el verdadero origen de la fobia para superarla.
¡Y no dejes pasar las oportunidades por miedo a fracasar!
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“Abandonada”
Sé que debemos mantener una distancia emocional con los pacientes, nosotros debemos acompañarles en ese problema pero ese problema no pertenece a nuestra vida.
Aun así, para mí, es lo más duro de mi trabajo, porque el vínculo que creo con ellos es especial.
Contaré lo que le ha pasado a mi paciente, llamémosla Pepita (nombre ficticio), por supuesto con su autorización, a pesar de que no daré ningún dato sobre ella.
Seré breve, pero concisa: le han dado el alta en psiquiatría. A priori, no es mala noticia, ¿no? Pues todo depende del contexto que lo rodeé.
En su caso, y entre otras cosas, está pasando por uno de sus peores momentos vitales con la familia viviendo lejos, su red social deteriorada, con intentos suicidas previos o despedida hace poco de malas formas…
Le pregunté que cuál era el motivo que daban desde psiquiatría para darle el alta, y, según ella, le dijeron “que si empeoraba, ella misma podía aumentar X su medicación, eso sí, que la asistencia psicológica conmigo no la dejase”.
Le pregunté que cómo se sentía y usó una palabra que me impactó: “abandonada”.
No soy psiquiatra, y creo en el poder de la terapia sin medicación en muchas ocasiones, pero, a veces, es necesaria y no se puede abandonar a un paciente en uno de sus peores momentos vitales.
Si la ven cada 2 o 3 meses durante unos minutos, ¿no habría sido mejor mantenerla un par de visitas más para ver cómo evoluciona su vida?
Al fin y al cabo, tampoco ocupa tanto tiempo en esa larga lista de psiquiatría, ¿no?
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¿Sabemos qué es el suicidio?
¿Y si decimos que muchas de las personas que llevan a cabo un acto relacionado con el suicidio, realmente no quieren morir, sino, solamente, liberarse del sufrimiento por el que están pasando? ¿Y si dijéramos que en el tiempo que dura una llamada para pedir una pizza se suicidan varias personas en el mundo? Difícil de creer, ¿verdad?
¿Estamos seguros de que comprendemos qué es el suicidio exactamente? Porque debemos tener en cuenta que el lenguaje utilizado coloquialmente es muy ambiguo y lleva a equívocos… Incluso, la falta de acuerdo en la clasificación de los conceptos que rodea el suicidio es uno de los motivos que provoca la falta de investigación y su prevención. Además, de sobra es sabido que es un tema tabú en la sociedad a nivel mundial, entre otras cosas por el miedo al “efecto llamada” (de hecho, hay países donde no hay ningún registro de suicidios).
Con tantas incongruencias rodeando este tema, nos hacemos la siguiente pregunta: ¿“Ojos que no ven, corazón que no siente”? Porque, según nuestro refranero, las personas no sufren por lo que no saben…

Por tanto, ¿nuestro objetivo? Explicar la fina línea que separa un concepto del otro, porque no es lo mismo hablar de conducta suicida, intento suicida, ideación suicida, o todos los vocablos existentes que enumeraremos a continuación.
El suicidio, o lo que es lo mismo, suicidio consumado o suicidio ejecutado, es la acción que realiza una persona con pleno conocimiento y de manera intencionada para provocarse la muerte (recordemos que es un acto que se le considera evitable). Representa un tema tabú en la sociedad, no solo en España, sino a nivel mundial, a pesar de ser la primera causa de muerte no natural en nuestro país; de hecho, llega a duplicar a los fallecidos por accidente de tráfico o supone 69 veces más muertes que la violencia de género.
El suicidio es un tema complicado que debería ser abordado de forma multidisciplinar porque nos enfrentamos, no a un trastorno o enfermedad mental, sino a un fenómeno complejo que puede sufrir cualquier persona y en cualquier momento. Sí, han leído bien, en cualquier momento, el problema es que se presupone que el proceso tiene una evolución desde la ideación suicida hasta la ejecución, lo estudiamos como un proceso continuo que va avanzando desde los primeros pensamientos; pero no todos los suicidios pasan por todas las etapas, y nos encontramos con algunos en los que la ideación previa no existe, como es el caso de los suicidios impulsivos, donde el comportamiento suicida se desarrolla rápidamente y con poca premeditación.
Si esto es así, y existen estudios que demuestran que el camino recorrido de estas dos conductas es distinto y que se podrían prevenir por un adecuado seguimiento de los intentos fallidos, podríamos adelantar que debería haber dos tipos de campañas de prevención distintas: una para el suicidio como proceso continuo y otra para el suicidio impulsivo.
Normalmente, en los suicidios nos encontramos con alteraciones incapacitantes o enfermedades mentales graves que llevan a la persona a cometerlo. Pero, a veces, simplemente una persona hace balance de cómo es su vida en aspectos varios como lo económico, social, familiar, etc., y llega a la conclusión de que su vida carece de valor, no quiere luchar más, siente un hastío generalizado y no quiere vivir, es lo que conocemos como suicidio por balance.
La conducta suicida, también conocida como comportamiento suicida o suicidalidad, es cualquier acción que rodea el suicidio. Engloba diferentes comportamientos que incluyen las etapas de las que se presupone que está formado el suicidio: pensamientos, ideaciones, amenazas, gestos e intentos; aunque, como ya hemos explicado antes, no en todos los suicidios tiene por qué haber todas las etapas.
Los pensamientos suicidas e ideaciones suicidas es una de las etapas del suicidio caracterizada por los deseos autodestructivos de un individuo. Pensamiento e ideación se consideran lo mismo, con la diferencia de que los primeros son cogniciones fugaces y breves; y las segundas son cogniciones más elaboradas de que la vida no vale la pena vivirla, incluyendo imágenes destructivas y de forma duradera para acabar con su vida dado su sufrimiento.
Hay dos vertientes: la ideación pasiva (es un deseo de morir, de no luchar para seguir con vida, pero sin un plan para de acción) y la ideación activa (es un deseo de morir y, además, tener un plan de acción). Sin duda, debemos incluir dentro de este marco las amenazas suicidas, consideradas como un tipo de ideación, pero que solo lo expresa ante su entorno cercano y sin un claro plan al respecto. O el parasuicidio que es una conducta que, a priori, parece buscar la muerte, pero realmente es una llamada de atención o una manipulación a su entorno cercano.

Los intentos suicidas, suicidio frustrado o intentos fallidos de suicidio son las conductas que no han conseguido causar la muerte por un error en la técnica a la hora de ejecutarla, o porque han sido sorprendidos por otra persona (intento de suicidio interrumpido), o porque después de tener toda la acción preparada e iniciada la conducta, se detiene antes de sufrir ningún daño (intento de suicidio abortado), pero todas estas conductas sí tenían una clara intención mortal.
Todos los indicios de suicidio hay que tenerlos en cuenta. Todos. No se debe restar importancia a un acto suicida, o llegar a pensar que la persona quiere llamar la atención; si ha habido un intento es porque necesitan expresar que no están bien, que debemos hacernos conscientes del problema y que necesitan nuestra ayuda. Como dato curioso (o aterrador, según se mire) es que, por cada persona que consigue efectuar el suicido, existen otras 20 personas que lo han intentado, pero no lo han conseguido.
No podemos terminar este artículo sin explicar que la conducta autolítica no está dentro del marco suicida porque la persona no tiene ninguna intención de morir, sino que se ha autoinfligido una herida corporal leve o moderada más dirigida hacia una liberación de emociones desagradables, es más un intento de controlar el dolor emocional a través del dolor físico.
En este punto recojo un extracto del artículo “Las Múltiples caras del suicidio en la clínica psicológica” de Enrique Echaburúa, de la Facultad de Psicología de la Universidad del País Vasco, que destaca que “los equivalentes suicidas se refieren a conductas habituales en las que una persona se expone voluntariamente de forma regular a situaciones de riesgo o peligro extremo que escapan a su control, como la conducción temeraria de vehículos o la implicación al límite en deportes de riesgo, o se involucra en conductas que deterioran gravemente su salud, recurriendo, por ejemplo, al consumo abusivo de alcohol o drogas”.
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La depresión, enfermedad mental que afecta a 3 millones de españoles
Cada 13 de enero se celebra el Día Mundial de Lucha contra la Depresión y he querido aprovechar que hoy 13 de enero para hablar de este trastorno que afecta a tres millones de españoles. Esto la convierte en la enfermedad mental más relevante en nuestro país.
A nivel mundial afecta a más de 300 millones de personas y está considerada como la primera causa mundial de discapacidad.
Y a pesar de la importancia de esta enfermedad, en España solo hay seis psicólogos clínicos por cada 100.000 habitantes, cifra que es tres veces inferior a la de la Unión Europea. Es por ello que las listas de espera para acceder a atención pública especializada oscilan entre uno y tres meses para la primera consulta. Y no todo el mundo se puede permitir sesiones privadas, aun así, a las consultas privadas llegan tal cantidad de pacientes que no siempre podemos atender.
¿Qué es y cómo afecta tener depresión?
La depresión es una enfermedad o trastorno emocional que afecta a todos los niveles de la vida de la persona que lo sufre. Ésta se ve inmersa en una tristeza continua, se muestra apática para realizar actividades cotidianas y diarias. También sufre cansancio continuo, trata de aislarse, tiene trastornos del sueño y del apetito, falta de concentración y puede llegar a sufrir ansiedad e incluso pensamientos extremos relacionados con la muerte.
La depresión se presenta en distintos grados, y requiere atención médica especializada para su oportuno diagnóstico y tratamiento. Además, si no se trata a tiempo y de forma adecuada puede llegar a convertirse en una enfermedad crónica y grave.
Los psicólogos venimos observando que es una de las enfermedades que más ha aumentado en los últimos años. Tanto que España se ha convertido en el cuarto país europeo con más casos de depresión diagnosticados.

¿Qué causa la depresión?
Existen múltiples causas por las que una persona puede caer en un episodio de depresión. Algunas de ellas:
- La muerte de un ser querido
- Problemas de salud
- Problemas familiares
- Dificultades financieras
- Haber sufrido eventos traumáticos
- Estar sometido a un elevado nivel de estrés
- Pasar por un cambio importante en la vida
Tipos de depresión
Existen diferentes tipos de depresión y todos ellos precisan atención especializada por parte de un profesional. Algunos de los más comunes son:
Trastorno depresivo grave: es considerado como el más severo, ya que se prolonga en el tiempo. Afecta al apetito, al sueño y a la concentración.
Trastorno depresivo persistente o distimia: es un tipo de depresión moderada que genera pérdida de interés en las actividades cotidianas, baja autoestima, inapetencia, falta de energía y de concentración.
Depresión postparto: se diagnostica en las primeras semanas tras el nacimiento del bebé y tiene como síntomas el insomnio, irritabilidad, desapego con el bebé o pérdida de apetito.
¿Por qué se celebra un día como hoy?
Con la proclamación del Día Mundial de Lucha contra la Depresión se pretende sensibilizar, orientar y prevenir a la población a nivel mundial sobre esta enfermedad, cuyas cifras aumentan de manera gradual y desproporcionada en el mundo, más si cabe a raíz de la pandemia del Covid.
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Estrés, causas y tratamiento
La Real Academia de la Lengua Española define el estrés como: “tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves”.
Otros profesionales lo definen como “proceso natural y habitual de adaptación de las personas al medio que les rodea. Consiste en activarse durante un período de tiempo y dedicar más recursos para resolver determinadas situaciones que requieren de un mayor esfuerzo. Una vez conseguido el objetivo, volvemos a ‘desactivarnos’ y recuperamos la situación inicial”.
Tipos de estrés
Existen dos tipos de estrés, uno de ellos, es el que se produce a corto plazo y desaparece rápidamente. A éste se le denomina estrés agudo y se da en situaciones de emergencia que exigen una rápida reacción, como frenar el coche ante el riesgo de accidente.
Por otro lado, está el estrés crónico, que es el que se prolonga en el tiempo y es aquí cuando puede llegar a provocar serios problemas de salud.
No obstante, el estrés no tiene por qué ser siempre negativo. De acuerdo a las sensaciones y emociones que despierta, también puede ser positivo, ayudando a generar emociones como la alegría al conseguir un objetivo.
Para entenderlo mejor, pondré como ejemplo el trabajo o los estudios. Ambos pueden generarnos estrés, la satisfacción que provoca alcanzar un objetivo laboral o aprobar un examen hace que experimentemos una emoción positiva, especialmente cuando sabemos que nuestro esfuerzo tendrá un reconocimiento o una recompensa. Esto hace que aumente nuestra motivación y a tratar de hacer las cosas lo mejor posible.

¿Qué genera el estrés?
Existen múltiples causas (estresores) que generan estrés y se pueden encontrar muchas situaciones estresantes y también muchas clasificaciones de las mismas. Desde el Ministerio de salud hacen la siguiente clasificación:
Atendiendo al rol que desempeña la persona en la situación podemos hablar de:
Estrés académico, cuando es época de exámenes, por ejemplo.
Estrés laboral cuando hay que entregar resultados en un plazo muy ajustado.
Estrés familiar cuando hay conflictos o falta de apoyo.
Estrés económico cuando existe una situación de desempleo o hay problemas para pagar la hipoteca.
Atendiendo a la importancia del impacto de la situación sobre la persona distinguimos:
Estrés traumático para referirnos a situaciones violentas o dramáticas en las que puede estar en juego nuestra vida o la vida de las personas a nuestro alrededor. Algunos ejemplos son los accidentes, los atentados, las guerras, las enfermedades graves especialmente las de los niños etc.
Sucesos vitales estresantes mayores, como las situaciones que cambian notablemente nuestras circunstancias como la muerte natural de un ser querido, un divorcio, un desahucio o la ruina económica.
Sucesos vitales menores, como los problemas cotidianos que ocasionan alteraciones y emociones negativas en nuestra vida diaria. Un ejemplo es un pequeño golpe en el coche que nos deja sin vehículo durante unos días y nos obliga a llevarlo al taller y a tener que dar un parte al seguro.
Estresores crónicos menores como el ruido incontrolable durante la jornada laboral o las temperaturas extremas en el lugar de trabajo.

¿Cómo tratarlo desde el punto de vista de la psicología?
Desde el punto de vista corporal, cognitivo y del comportamiento, el estrés puede abordarse con tratamiento psicológico a través de:
Técnicas cognitivas: consisten en modificar los pensamientos, sustituyendo los negativos y exagerados por otros más positivos y realistas.
Técnicas corporales para la reducción de la actividad fisiológica: aprendiendo a reducir la sobreactivación del organismo mediante el control de las propias reacciones corporales. Para ello, se emplean técnicas como la relajación muscular progresiva, el control de la respiración, la relajación mediante sonidos o la imaginación.
Técnicas conductuales: su fin es modificar los comportamientos de la persona afectada, con el fin de que aprenda a comprender las situaciones de estrés.
Medidas higiénico-dietéticas: como llevar una dieta variada y equilibrada, dedicar tiempo a las relaciones sociales y al descanso y practicar ejercicio.
También ayuda a combatir el estrés el control de la respiración, las técnicas de relajación, la meditación y mindfulness, actividades como el yoga, tai chi o pilates e incluso la musicoterapia.
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Una de mis experiencias ante un intento suicida
Que me preocupa el tema del suicidio, eso es un hecho. Y no sé cuál será la razón, o si otros colegas míos se han visto en situaciones parecidas. Yo ya me he encontrado en varias ocasiones disuadiendo a personas de que no se quitasen la vida en ese mismo momento. Y, como curiosidad, sólo en un caso era paciente mío.
Pero hay situaciones rocambolescas donde dudas de si estás viviendo una escena de película o la realidad, y la que vivimos mi paciente (llamémosle Pepito) y yo hace poco más de un mes es una de ellas.
Me escribió Pepito por WhatsApp muy preocupado porque estaba simultáneamente al teléfono con una chica (llamémosla Juanita). Le había llamado de forma aleatoria diciéndole que había consumido pastillas. No quería ayuda, ella solo quería compañía telefónica.
Él, por sus experiencias personales y familiares, es un tema que le remueve, por lo que creía que debía hacer algo, aun a sabiendas que podría ser una broma por parte de Juanita. Pero él intuía que no, quizás el tono con el que hablaba, o la velocidad de su voz le hizo creer en ella. Así me lo trasmitió él, y yo le creí, por supuesto.
Consejos para ayudarla
Me pidió consejos para ayudarla. Teniendo en cuenta que no sabíamos nada de ella ni dónde estaba, me sentí un poco abrumada de tomar las decisiones adecuadas.
Le dejé dos tareas fundamentales: que la mantuviese en la conversación para que no perdiese el conocimiento y que intentase extraer la máxima información posible para poder llegar hasta ella.
Mientras tanto, llamé al 112. He de decir que creí que me colgaría ipso facto al explicarle el caso.
La chica que me atendió solo me hizo una pregunta: “¿Confías en tu paciente?”.
Le respondí: “Ciegamente. Nos puede estar tomando el pelo Juanita, pero no Pepito”.
Me creyó e inició el protocolo que correspondía (creo que sin saber muy bien cómo hacerlo, porque recordemos que no sabíamos nada de ella). Me pidió datos personales y credenciales como psicóloga.
Entre tanto, Pepito se iba ganando a Juanita y consiguió su ubicación. Estaba dispuesto a ir en coche a socorrerla, independientemente de que estuviesen a cientos de kilómetros de distancia.
(Yo no tenía duda de que conseguiría datos, solo hay que pasar un ratito con él para saber el potencial que tiene).
Ese dato, la ubicación, fue como oro para los Servicios de Urgencias, pasando el protocolo a la Policía Local y Guardia Civil de la localidad.

Volví a pasar por el mismo cuestionario con la policía, me comentaron que, cuanto menos, era una situación extraña. Yo volví a repetir que confiaba plenamente en mi paciente.
Mientras, Pepito seguía consiguiendo información de ella: cómo era su casa, el color de la puerta, su nombre…
Lo consiguieron. Llegó la Policía a tiempo. Efectivamente, había tomado medicamentos. Traslado al hospital, lavado de estómago y atención en psiquiatría.
No sé nada de Juanita, si está bien o si está mal; ese día se la pudo ayudar, pero no sé si lo volverá a intentar y no correrá la misma suerte.
Fue una llamada de auxilio en todo su esplendor. La gente no quiere morir, nadie quiere morir. Sólo quieren huir del sufrimiento por el que están atravesando.
Una llamada aleatoria de una persona que encuentras por Instagram para que te haga compañía sin saber que, por sus experiencias, iba a hacer todo lo posible por ayudarla es lo que salvó a Juanita.
Esta vez queda como una historia digna de contar, en muchas otras ocasiones, no. Estoy convencida de que la visibilización que está llevándose a cabo por las redes sociales empieza a surtir efecto entre la población.
Hagamos caso a cualquier llamada de atención, por favor.
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El intento de suicidio entre adolescentes crece tras la pandemia
Hace unos días os compartía por Redes Sociales un artículo que publicaba XL Semanal sobre el suicidio en adolescentes tras la pandemia. Según datos de la Fundación ANAR, con el confinamiento, los intentos e ideación de suicidio en adolescentes se incrementaron un 9%. Una triste realidad por la que están pasando muchas personas en nuestro país, que la COVID-19 ha agravado. Ha creado las condiciones de “tormenta perfecta” e incrementado el riesgo de conductas suicidas.
Según los últimos datos publicados por el INE (últimos disponibles hasta ahora) en 2020 en España se ha incrementado la muerte por suicidio un 7,4%. El total de fallecidos asciende a 3.941, es decir 11 cada día, de los que un 74% son hombres (2.938) y un 26% mujeres (1.011).
Además, las tentativas suicidas se han doblado en algunos casos, como el de los adolescentes. Es por ello que, en algunos hospitales, como los madrileños 12 de Octubre y Niño Jesús, han tenido que incrementar el número de camas destinadas a este tipo de pacientes.

Primeros signos
Los primeros episodios depresivos pueden surgir a los 8 ó 9 años, pero a raíz de la pandemia se ha añadido el riesgo de suicidio. Esta conducta se está dando en menores de 12 años con unas características comunes: son niños muy inestables emocionalmente.
Durante el tiempo que estuvimos en casa, sufrimos una reducción del contacto social y varias limitaciones. Y, a pesar de que ya hemos vuelto a la normalidad, hay personas que han desarrollado cuadros de estrés y sienten ansiedad tras lo vivido.
Estudios recientes señalan un incremento del 25% de la depresión y la ansiedad a nivel mundial. Las enfermedades mentales, especialmente la depresión, están detrás del 90% de los casos de suicidio. Ante esta coyuntura, se deberían revisar y activar los planes de prevención del suicidio. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha vuelto a recomendar que todos los países desarrollen planes multisectoriales, integrando acciones efectivas.

Ayuda
Para ayudar a todas estas personas que están pasando por una situación tan dramática, lo primero sería detectar el problema. Lo siguiente, ponerse en manos de un profesional.
Precisamente, para ayudar a estas personas, a sus familiares y allegados, el pasado mes de mayo, el Ministerio de Sanidad puso en marcha el teléfono 024 de ayuda contra el suicidio. Desde entonces, hasta julio, ha recibido 25.000 llamadas, de las cuales 433 eran suicidios en curso. Además, se realizaron 1.000 derivaciones al 112 por la gravedad de los casos, tal y como informaba la ministra, Carolina Darias, quien reconocía que la COVID-19 ha “exacerbado” los problemas mentales porque ha golpeado en las relaciones sociales, impidiéndolas.
Entre las personas que más piden ayuda a través de este número de teléfono se encuentran las mujeres y gente joven. Aunque, según la ministra, se ha detectado que hay un gran número de llamadas del profesorado que demanda información y pide pautas para saber interpretar cuándo un adolescente está en una situación delicada.
Por ello, ha anunciado que se comenzará a trabajar en la elaboración de códigos para detectar conductas de riesgo.
Quiero recordar que el 024 es una línea gratuita, accesible, inmediata y confidencial que está disponible las 24 horas del día, los 7 días de la semana, los 365 días del año. Al teléfono pueden llamar, tanto personas con conductas suicidas, como sus familiares y allegados, que son atendidos por expertos que intervendrán en el caso de ser necesario, en situaciones complejas de alto riesgo.
Además, el teléfono incluye un servicio de videointerpretación en lengua de signos, así como un servicio de interpretación telefónica que permite la comunicación con personas que hablan en otro idioma en tiempo real.
No dudes en utilizarlo si lo necesitas.
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Los trastornos psicológicos más comunes
¿Sabías que más de un 25% de los españoles ha sufrido, sufre o sufrirá un trastorno psicológico? La crisis sanitaria provocada por el Covid-19 o la crisis económica son algunos motivos que están contribuyendo a que este porcentaje vaya a más. Y cada vez hay más gente que necesita ayuda profesional.
Pero antes de nada ¿Qué es un trastorno psicológico?
En este punto hemos de decir que no es fácil determinar qué es un trastorno psicológico. El Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V), señala que el término “trastorno mental” no puede ser determinado de una manera operativa para que pueda abarcar todas las posibles situaciones.
Pero para hacer que se entienda mejor, podemos decir que un trastorno mental o psicológico es una disfunción psicológica asociada con sentimientos de angustia, deterioro y reacciones que no se esperan según el contexto cultural. A ello hemos de añadir que un trastorno de este tipo puede manifestarse de innumerables formas, dependiendo de la persona que lo padezca.

Los más habituales en consulta
Son muchos los trastornos mentales o psicológicos que pueden sufrir las personas y que en Psicología MAVI tratamos en nuestra consulta. A continuación, repasaremos los más comunes.
Depresión: se trata de un trastorno mental caracterizado, principalmente, por un bajo estado de ánimo y sentimientos de tristeza constante, asociados a alteraciones del comportamiento y una pérdida de interés en realizar diferentes actividades.
Ansiedad: sentimiento de miedo, temor o inquietud que puede generar tensión en el cuerpo e incluso palpitaciones. Tener estos síntomas, de forma muy ocasional, podríamos considerarlo dentro de lo normal. Lo que no sería lógico es que éstos perduraran en el tiempo e interfirieran en nuestra vida diaria. De esto ya hemos hablado en profundidad en nuestro blog. Podéis leerlo pinchando aquí.
Trastornos de la conducta alimentaria: en este punto hablamos de hábitos alimenticios anormales que afectan negativamente a la salud física y mental de la persona que los padece. Los más comunes son:
Anorexia: tiene como síntoma más característico la distorsión de la imagen corporal. Las personas que lo sufren restringen la ingesta de comida, apenas comen, y lo poco que ingieren les provoca un intenso sentimiento de malestar. Además, realizar ejercicio físico excesivo.
Bulimia: las personas que lo sufren suelen ingerir alimentos de forma masiva y luego eliminar esas calorías a través de la inducción del vómito o el consumo de laxantes. Tras ello, se sienten tristes, de mal humor y pueden tener sentimientos de autocompasión. Es uno de los trastornos más comunes y está asociado a alteraciones en el cerebro.

Trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH): tiene como síntomas principales la falta de atención, hiperactividad y comportamiento impulsivos. Y aunque los síntomas suelen aparecer en edades tempranas, suelen mejorar con el paso de los años. Afecta, principalmente, a niños y adolescentes.
Trastorno de la personalidad: en la persona que lo sufre genera malestar o dificultades en sus relaciones y en su entorno. Este tipo de trastorno suele tener su inicio en la adolescencia o al principio de la vida adulta.
Trastorno de pánico: es uno de los más habituales. Quienes lo sufren experimentan de manera súbita y repetitiva ataques de miedo intenso y malestar que alcanzan su pico en pocos minutos. Además, experimentan síntomas físicos como dolor en el pecho, palpitaciones o incluso dificultad para respirar.
Estos trastornos son solo un ejemplo de los muchos que hay. Si sientes alguno de ellos, en Psicología MAVI estaremos encantados de ayudarte.
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Ansiedad. ¿Qué es y cuáles son sus síntomas?
Estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo. Angustia que suele acompañar a muchas enfermedades, en particular a ciertas neurosis, y que no permite sosiego a los enfermos. Así define la Real Academia Española (RAE) la palabra ansiedad.
De forma más sencilla, lo podríamos definir como un sentimiento de miedo, temor o inquietud que puede generar tensión en el cuerpo e incluso palpitaciones.
Tener estos síntomas, de forma muy ocasional, podríamos considerarlo dentro de lo normal. Lo que no sería lógico es que éstos perduraran en el tiempo e interfirieran en nuestra vida diaria.
Un dato a tener en cuenta es que la ansiedad es una de las principales causas de ausentismo laboral en todo el mundo. Y al menos un tercio de la población mundial se verá afectada a lo largo de su vida, incluidos los niños y adolescentes, algo que se ha agravado a raíz de la pandemia, con un incremento de los casos.
Señales
Existen diferentes síntomas que si son persistentes en el tiempo pueden hacernos pensar que tenemos ansiedad:
1.- Preocupación excesiva o desproporcionada.
2.- Sensación de miedo intenso.
3.- Sensación de nerviosismo, que provoca un aumento del ritmo cardiaco, sudoración, boca seca.
4.- Sensación de peligro inminente, de que algo malo va a pasar, intranquilidad.
5.- Sensación de cansancio o debilidad.
6.- Dificultad para concentrarse.
7.- Insomnio o dificultad para conciliar el sueño.
8.- Problemas gastrointestinales asociados al nerviosismo.
9.- Tensión muscular persistente.
10.- Dificultad para relacionarte socialmente.
Como decíamos anteriormente, es normal que en ciertos momentos de nuestra vida sintamos o hayamos sentido alguno de estos síntomas, lo preocupante es que perduren en el tiempo y no seamos capaces de controlarlo.
Si, por ejemplo, sentimos sensación de miedo injustificado y desproporcionada y se prolonga en el tiempo, si evitamos ciertas situaciones o lugares para no sentir dolor o inquietud es muy probable que estemos ante un trastorno de ansiedad.
Y antes de que vaya a más o los síntomas se descontrolen debemos pedir ayuda profesional, en este caso a un psicólogo.

Tipos de ansiedad
Según el Instituto Nacional de Salud Mental existen cinco tipos de ansiedad, que difieren en los síntomas y los desencadenantes que lo provocan pero que tienen en común el hecho de interferir con las actividades diarias.
Trastorno de ansiedad generalizada: en este caso, las personas sienten una ansiedad o una preocupación excesiva la mayoría de los días. Pueden sentirse inquietas, nerviosas o cansarse fácilmente. También pueden tener problemas de concentración, irritabilidad, tensión muscular o dificultad para conciliar el sueño
Trastorno de pánico: sentimientos repentinos de terror aun cuando no hay ningún peligro real. Los síntomas físicos serían latidos rápidos del corazón, dolor de pecho o estómago y dificultad para respirar. También se puede sentir debilidad o mareos, sudor, escalofríos e incluso entumecimiento de las manos. La persona que padece este tipo de trastorno pueden llegar a creer que está teniendo un ataque al corazón. Y se da la casualidad de que es más común en las mujeres que en los hombres.
Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC): causa obsesiones frecuentes y perturbadoras. Provoca un impulso abrumador de repetir ciertas conductas.
Trastorno de estrés postraumático (TEPT): Este afecta a personas que han pasado por una situación traumática como una guerra o un accidente grave. Puede causar recuerdos involuntarios y perturbadores del evento, dificultad para dormir o pesadillas, sentimientos de soledad o arrebatos de ira. Las personas con TEPT pueden sentirse preocupadas, culpables o tristes.
Fobias: aversión o miedo intenso a situaciones u objetos específicos. Es un temor exagerado y aquellos que lo sufren sienten una preocupación irracional y toman medidas para evitar el supuesto peligro.
Con todo esto esperamos haber dado un poco de luz a la famosa ansiedad de la que últimamente, y con los acontecimientos que nos ha tocado vivir, sufre cada vez un mayor número de personas.
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Normalicemos el hecho de ir al psicólogo
Hasta hace relativamente poco tiempo no eran muchos los que se atrevían a decir abiertamente a familiares o amigos que estaban yendo al psicólogo.
Ir a terapia con un profesional de la mente se ha visto, durante mucho tiempo, como algo negativo. Ha generado muchos prejuicios en la sociedad. Y aunque es un tema en el que se ha evolucionado mucho, a día de hoy, todavía se sigue percibiendo así en ciertos entornos sociales.
Antiguamente se pensaba que aquellos que acudían a este tipo de profesionales estaban “locos” o tenían alguna enfermedad mental grave. Esto contribuía a crear estereotipos. Provocaba que quienes acudían a un psicólogo sintieran vergüenza de contarlo y optaran por ocultarlo.
Normalización
Y aunque para muchas personas todavía sigue siendo un tema tabú, de un tiempo a esta parte, acudir un profesional de la psicología se ha normalizado. Ahora, cada vez es más común oír a familiares, amigos o conocidos que están yendo a terapia donde les están ayudando a solucionar un problema.
Y es que al igual que vamos al médico cuando tenemos una dolencia física, cuando ésta atañe a nuestra salud mental debemos acudir al especialista que se ocupa de ella, y éste es el psicólogo.
En la sociedad en la que vivimos es necesario acabar con los estereotipos que hay en torno a los profesionales de la psicología. Para ello, hay que visibilizar la decisión de ir al psicólogo, dando a la salud mental la misma importancia que damos a cualquier otro tipo de enfermedad.

Visibilidad
A esta labor de visibilidad están contribuyendo campañas publicitarias en medios de comunicación y también el testimonio de personas públicas. Son varios los cantantes, actrices o actores que han hablado de las enfermedades mentales y han contado abiertamente que en ciertos momentos de su vida han necesitado la ayuda de un psicólogo.
Un ejemplo es el del cantante Dani Martín, que primero a través de sus redes sociales, y posteriormente en varias entrevistas, ha contado públicamente que acude a terapia. Reconoce que es una de las cosas más gratificantes y lo define como “el gimnasio donde la cabeza y las emociones se equilibran, se deshacen nudos, conoces de dónde vienen muchas cosas”.
El programa “Salvados”, de La Sexta, dedicaba recientemente un especial a la salud mental en los jóvenes al que acudieron rostros conocidos, como el actor Jaime Lorente, Denver en La Casa de Papel, o la ganadora de Operación Triunfo 2017, Amaya Romero.
El protagonista de la serie de televisión reconocía que el hecho de haberse convertido en un personaje mundialmente conocido le generó ansiedad e inseguridad, lo que desembocó la necesidad de acudir a un profesional de la salud mental. Afirmaba sentirse muy orgulloso del trabajo que ha hecho consigo mismo, “de normalizar el tema, de lo importante que es, que me parece normal estar aquí. No es de ser ningún héroe. Es casi bonito porque te prestas atención”.
Por su parte, la cantante Amaya Romero, en este mismo programa, comentaba que en el momento de que se dio cuenta de que algo no iba bien, “no me fue complicado ir al psicólogo es como ir al médico. Hay que cuidarse la salud mental”.
Estos testimonios son solo algunos ejemplos de personas públicas que han visibilizado sus problemas relacionados con la salud mental. Con ello, han querido poner su granito de arena en normalizar el hecho de acudir a un profesional de la psicología siempre que sea necesario, sin necesidad de ocultarlo.
Recordemos que según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión es la enfermedad mental más frecuente y la principal causa mundial de discapacidad, ya que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo.
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