¿Sabemos qué es el suicidio?
¿Y si decimos que muchas de las personas que llevan a cabo un acto relacionado con el suicidio, realmente no quieren morir, sino, solamente, liberarse del sufrimiento por el que están pasando? ¿Y si dijéramos que en el tiempo que dura una llamada para pedir una pizza se suicidan varias personas en el mundo? Difícil de creer, ¿verdad?
¿Estamos seguros de que comprendemos qué es el suicidio exactamente? Porque debemos tener en cuenta que el lenguaje utilizado coloquialmente es muy ambiguo y lleva a equívocos… Incluso, la falta de acuerdo en la clasificación de los conceptos que rodea el suicidio es uno de los motivos que provoca la falta de investigación y su prevención. Además, de sobra es sabido que es un tema tabú en la sociedad a nivel mundial, entre otras cosas por el miedo al “efecto llamada” (de hecho, hay países donde no hay ningún registro de suicidios).
Con tantas incongruencias rodeando este tema, nos hacemos la siguiente pregunta: ¿“Ojos que no ven, corazón que no siente”? Porque, según nuestro refranero, las personas no sufren por lo que no saben…
Por tanto, ¿nuestro objetivo? Explicar la fina línea que separa un concepto del otro, porque no es lo mismo hablar de conducta suicida, intento suicida, ideación suicida, o todos los vocablos existentes que enumeraremos a continuación.
El suicidio, o lo que es lo mismo, suicidio consumado o suicidio ejecutado, es la acción que realiza una persona con pleno conocimiento y de manera intencionada para provocarse la muerte (recordemos que es un acto que se le considera evitable). Representa un tema tabú en la sociedad, no solo en España, sino a nivel mundial, a pesar de ser la primera causa de muerte no natural en nuestro país; de hecho, llega a duplicar a los fallecidos por accidente de tráfico o supone 69 veces más muertes que la violencia de género.
El suicidio es un tema complicado que debería ser abordado de forma multidisciplinar porque nos enfrentamos, no a un trastorno o enfermedad mental, sino a un fenómeno complejo que puede sufrir cualquier persona y en cualquier momento. Sí, han leído bien, en cualquier momento, el problema es que se presupone que el proceso tiene una evolución desde la ideación suicida hasta la ejecución, lo estudiamos como un proceso continuo que va avanzando desde los primeros pensamientos; pero no todos los suicidios pasan por todas las etapas, y nos encontramos con algunos en los que la ideación previa no existe, como es el caso de los suicidios impulsivos, donde el comportamiento suicida se desarrolla rápidamente y con poca premeditación.
Si esto es así, y existen estudios que demuestran que el camino recorrido de estas dos conductas es distinto y que se podrían prevenir por un adecuado seguimiento de los intentos fallidos, podríamos adelantar que debería haber dos tipos de campañas de prevención distintas: una para el suicidio como proceso continuo y otra para el suicidio impulsivo.
Normalmente, en los suicidios nos encontramos con alteraciones incapacitantes o enfermedades mentales graves que llevan a la persona a cometerlo. Pero, a veces, simplemente una persona hace balance de cómo es su vida en aspectos varios como lo económico, social, familiar, etc., y llega a la conclusión de que su vida carece de valor, no quiere luchar más, siente un hastío generalizado y no quiere vivir, es lo que conocemos como suicidio por balance.
La conducta suicida, también conocida como comportamiento suicida o suicidalidad, es cualquier acción que rodea el suicidio. Engloba diferentes comportamientos que incluyen las etapas de las que se presupone que está formado el suicidio: pensamientos, ideaciones, amenazas, gestos e intentos; aunque, como ya hemos explicado antes, no en todos los suicidios tiene por qué haber todas las etapas.
Los pensamientos suicidas e ideaciones suicidas es una de las etapas del suicidio caracterizada por los deseos autodestructivos de un individuo. Pensamiento e ideación se consideran lo mismo, con la diferencia de que los primeros son cogniciones fugaces y breves; y las segundas son cogniciones más elaboradas de que la vida no vale la pena vivirla, incluyendo imágenes destructivas y de forma duradera para acabar con su vida dado su sufrimiento.
Hay dos vertientes: la ideación pasiva (es un deseo de morir, de no luchar para seguir con vida, pero sin un plan para de acción) y la ideación activa (es un deseo de morir y, además, tener un plan de acción). Sin duda, debemos incluir dentro de este marco las amenazas suicidas, consideradas como un tipo de ideación, pero que solo lo expresa ante su entorno cercano y sin un claro plan al respecto. O el parasuicidio que es una conducta que, a priori, parece buscar la muerte, pero realmente es una llamada de atención o una manipulación a su entorno cercano.
Los intentos suicidas, suicidio frustrado o intentos fallidos de suicidio son las conductas que no han conseguido causar la muerte por un error en la técnica a la hora de ejecutarla, o porque han sido sorprendidos por otra persona (intento de suicidio interrumpido), o porque después de tener toda la acción preparada e iniciada la conducta, se detiene antes de sufrir ningún daño (intento de suicidio abortado), pero todas estas conductas sí tenían una clara intención mortal.
Todos los indicios de suicidio hay que tenerlos en cuenta. Todos. No se debe restar importancia a un acto suicida, o llegar a pensar que la persona quiere llamar la atención; si ha habido un intento es porque necesitan expresar que no están bien, que debemos hacernos conscientes del problema y que necesitan nuestra ayuda. Como dato curioso (o aterrador, según se mire) es que, por cada persona que consigue efectuar el suicido, existen otras 20 personas que lo han intentado, pero no lo han conseguido.
No podemos terminar este artículo sin explicar que la conducta autolítica no está dentro del marco suicida porque la persona no tiene ninguna intención de morir, sino que se ha autoinfligido una herida corporal leve o moderada más dirigida hacia una liberación de emociones desagradables, es más un intento de controlar el dolor emocional a través del dolor físico.
En este punto recojo un extracto del artículo “Las Múltiples caras del suicidio en la clínica psicológica” de Enrique Echaburúa, de la Facultad de Psicología de la Universidad del País Vasco, que destaca que “los equivalentes suicidas se refieren a conductas habituales en las que una persona se expone voluntariamente de forma regular a situaciones de riesgo o peligro extremo que escapan a su control, como la conducción temeraria de vehículos o la implicación al límite en deportes de riesgo, o se involucra en conductas que deterioran gravemente su salud, recurriendo, por ejemplo, al consumo abusivo de alcohol o drogas”.
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