
A los abuelos se los puede llorar, tengan la edad que tengan
Sí, es una frase simple. Todo el mundo dará por hecho que llorar por la pérdida de un abuelo es un acto que se puede hacer libremente, sin recibir algún comentario negativo, pero hay ocasiones en las que no es así. Lo digo por experiencia.
Hace poco tiempo he despedido a mi yaya, a sus 95 años. Por supuesto que he recibido pésames y muestras de condolencia. Pero, en muchas ocasiones, acompañadas de frases tales como “era ley de vida”, “ya era muy mayor”, “era esperable a su edad”…
Sí, sí, ya lo sabemos. Las personas que pierden a sus abuelos entienden que forma parte de la vida, que estamos aquí temporalmente y, aunque no lo deseamos nunca, debía llegar ese momento. Pero eso no resta el sufrimiento que experimentamos por la pérdida.
El rol de los abuelos
Hoy en día, los abuelos son una parte muy importante de la estructura familiar. Tanto que, en muchas ocasiones, ejercen de segundos padres con sus nietos.
Pero los abuelos también son fuente de sabiduría y experiencia, de cariño, de amor y de estabilidad emocional. Son un pilar fundamental en el desarrollo como persona de sus nietos. Quienes hemos tenido la suerte de vivir tantos años junto a ellos bien lo sabemos.
Gracias a los abuelos aprendemos otra forma de ver la vida, a valorar las cosas y a saber que ellos no tuvieron una vida tan fácil como la que tenemos nosotros ahora.
Cuatro décadas junto a ella
En mi caso personal, he vivido cuatro décadas junto a ella. He tenido la suerte de disfrutar distintas etapas de la vida que, a priori, ella ya podría habernos faltado. Situaciones donde ha sido un auténtico privilegio tenerla a mi lado, como mi boda o los bautizos y comuniones de mis hijos.
Me ha visto llorar y reír, sufrir y ser feliz de adulta, y sé que es una suerte, pero toca la dura tarea de aprender a vivir sin ella. Hitos familiares o momentos para el recuerdo donde ella no estará y se la echará de menos.
Se ha ido en un momento de mi vida donde la familia suele ser la base que rige nuestros días, donde la familia es lo más importante, y ella era el núcleo neurálgico de mi familia.
Me quedo un poquito huérfana, así es como me siento, por lo que he llegado a una gran, pero simple reflexión: “a los abuelos se los llora cuando se marchan, tengan la edad que tengan”.
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